Sobre vías paralelas
A mediados del siglo XVIII, Juan Bautista Crosa llegó desde Italia a la Banda Oriental, instaló una pulpería a diez kilómetros de Montevideo en lo que era una zona de quintas y, con el correr de los años, el boliche y la zona adoptaron su apodo. Su apodo era Pinerolo, porque de ese pueblo piamontés venía, y Pinerolo en criollo se pronunciaba “Peñarol”.
Crosa murió un puñado de abriles antes del 1800, pero un club con su mote nació casi cien años después.
La empresa Ferro Carril Central del Uruguay (FCCU) levantó una estación y algunos talleres ferroviarios en aquellas tierras, y con el progreso llegó la gente, las viviendas y oficinas, los almacenes, y, claro, el fulbo. Como en Caballito, fueron empleados del ferrocarril -ya en manos británicas- los que pugnarían por un espacio donde patear una bocha. Allá 118 trabajadores, acá 95, popurrí de criollos e ingleses apoyados tras porfiada insistencia por los gerentes generales de las compañías. Fueron europeos los primeros presidentes de ambos clubs: Frank Hudson allá, William Beeston acá.
Un par de siglos después de aquella pulpería, una huelga ferroviaria en Montevideo trasladaría la hermandad entre ambas instituciones al verde field. Varios empleados y figuras de Peñarol y del foot-ball uruguayo cruzaron el charco para radicarse en Buenos Aires, trabajar en los talleres porteños y jugar para Oeste, práctica común entre equipos del palo en aquella época. Los hermanos Aniceto y Ceferino Camacho, Eugenio Mañana y Pedro Zibechi llegaron en 1907 y brillaron, aunque ninguno como John Harley, un escocés que “al principio sólo destacaba por su contextura delgada, pero que bastó que pisara una cancha, tocara con ligereza y prolijidad para que la gente rompiera en aplausos”, según relata el libro de los 100 años de Ferro. En octubre de 1909, Ferro viajó a Montevideo para jugar el Campeonato Ferroviario que los encontró en la final. Deslumbrados por la actuación de Harley, los directivos charrúas posaron sus ojos en él y pidieron su traspaso a los talleres uruguayos para que juegue en Peñarol, en donde se transformaría en el primer gran centrojás Manya, jugador de selección uruguaya, ídolo y hasta socio honorario años más tarde. Casi 50 mil personas le rindieron un merecido homenaje en el Estadio Centenario en 1951, luego de una trayectoria inigualable como jugador y DT.
Entre 1908 y 1935 se disputaron una gran cantidad de partidos amistosos entre ambos equipos, donde Oeste apenas pudo rescatar un empate ante el poderoso equipo montevideano (2-2 en junio de 1909).
El Tigre Pedro Young fue otro de los grandes delanteros que defendió las dos camisetas. Cuatro veces campeón del fútbol uruguayo en la década del 30 vistiendo la aurinegra, pasó a Ferro en 1938 donde marcó 13 goles en 14 partidos. Julio César Jiménez, campeón invicto en 1982 con el inolvidable equipo de Griguol, al igual que el arquero Oscar Ferro y Victor López Narge, el último gran talento noventoso, dieron sus primeros pasos de cara a la tribuna Amsterdam y dejaron su marca luego en Avellaneda 1240.
Dicen los más veteranos que, en algún momento del siglo pasado, siendo socio de Ferro se entraba gratis a ver a Peñarol, y viceversa. Este martes, los tickets costarán alrededor de 100 uruguayos para los locos de verde que quieran ver luces del otro lado del río, en la reedición de un duelo amistoso que peina canas, de una historia con historia. Luego de 47 años (derrota 2-4 el 02/03/1967 en el último choque), el reencuentro de dos clubes carboneros, de origen ferroviario y raíces trabajadoras se celebra con la copa en alto. Una vida paralela que va sobre rieles, la de Ferro y Peñarol.